Cuarentena.

Me siento a ver la tele y la voz de mi abuela de fondo; pienso que será una de sus tantas batallitas pero en está ocasión algo llamó mi atención.
Ella decía que esto parecía como cuando era pequeña y estaba la guerra que tenían miedo de que algo cayera. 
Desde su visión piensa que la mano dura es necesaria, que se ha perdido el aprecio a los pequeños detalles y que por mucho que estés encerrado tu cabeza es tu peor enemigo.
Siguió y siguió con su pequeño discruso, mientras veía la tele, entre medias del mismo soltaba alguna de las suyas tipo "ya están hablando de esta como todas las tardes".
Llegó un punto que las mañanas empezaron a ser noches y noches que parecían mañanas; días en los que ese pequeño intervalo llamado tarde pasó a ser el toque de queda para aplaudir a aquellos que estaban en primera línea combatiendo a un virus; como si se tratara de soldados en una trinchera tirando granadas a campo enemigo.
Y así una semana, y otra hasta llegar casi al mes. 
Y ella, mi abuela, cada día llevaba peor el estar encerrada mientras se entretenia con el ganchillo. 
Pero como ella el resto de vecinos echaban de menos la calle, las horas de sol y esas pequeñas cosas de una vida cotidiana llena de rutinas. 

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